Momotaro. Una adaptación del cuento tradicional japonés

Momotaro (桃太郎) es uno de los cuentos tradicionales japoneses más populares que existen y ha sido transmitido de generación en generación a lo largo de los años.

Momo (桃): melocotón.
Taro(太郎) : niño grande.

Os dejo aquí esta versión del cuento, una de las muchas que circulan en el ideario de la historia, que he escrito con todo mi cariño para los lectores de nuestra revista Hotaru.

Hace muchos muchos años, en Japón, una pareja de ancianos encantadores y solitarios vivía en una cabaña pequeña en el bosque. El hombre era leñador y su esposa lo acompañaba en muchas ocasiones en el trabajo, lo ayudada a recoger troncos, le llevaba la comida y, a veces, hacía la colada en el río mientras él se dedicaba a cortar árboles. La pareja vivía su día a día con calma, no habían tenido hijos y se dedicaban, sobre todo, a trabajar.

Una mañana tranquila de primavera, salieron los dos al bosque y, mientras el hombre trabajaba, la mujer se dirigió al río a lavar la ropa. Antes de empezar a lavar, vio flotando sobre las aguas un gran melocotón, era rosado y naranja a un tiempo. Avisó a su marido sobre el hallazgo, a voces, y este se acercó presto.

Entre los dos, lograron llevarlo hasta la orilla y desde allí hasta su cabaña. Iban a pelarlo para comérselo cuando se llevaron una gran sorpresa, del melocotón salió una voz:

—Esperad, esperad, ¡no me comáis!

De repente el melocotón partió en dos y de dentro surgió un bebé de piel blanquísima que, sonriendo, los miraba con unos grandes ojos negros.

—El Dios de los cielos sabe lo solos que estáis y me ha enviado para ser, desde hoy, vuestro hijo.

Los ancianos se alegraron muchísimo y decidieron aceptar la voluntad de los dioses y tomarlo como hijo. Lo bautizaron como Momotaro (桃太郎).

Momotaro creció feliz y se convirtió en un niño fuerte, sano y robusto; era mucho más corpulento que los demás niños del pueblo cercano a la casa de sus padres. Todo el mundo que lo conocía le tomaba cariño por su bondad y su afabilidad, y su comida favorita eran los onigiri.

En aquellos tiempos lejanos, unos oni (demonios) solían asaltar la aldea cada año y robaban y amenazaban a sus habitantes que, desesperados, ya no sabían que hacer.

El día que Momotaro alcanzó la mayoría de edad estos oni aparecieron y secuestraron a varios aldeanos y volvieron a robar toda la cosecha y los bienes más preciados de los vecinos de la aldea.

—¡Esto no puede ser! ¡Voy a ir a Onigashima, la isla de los oni, a rescatar a toda la gente! ¡Esos oni se van a enterar! —dijo Momotaro.

Sus padres se sintieron muy orgullosos de él y entre todos los vecinos lo ayudaron a prepararse para su aventura; buscaron una armadura, le dieron una espada y lo proveyeron de varios onigiri para el viaje. Después de despedirse de sus vecinos y de sus padres, Momotaro salió del pueblo, decidido a cumplir su misión.

Tras caminar varias horas, un perro flacucho se cruzó en su camino.

—Hola, niño. Tengo mucha hambre. ¿Tendrías algo de comer que compartir conmigo? —dijo el perro.

—Claro que sí ―respondió Momotaro sin pensárselo―, tengo onigiri. Los compartiré contigo.

El perro se comió un onigiri y Momotaro, mirándolo fíjamente le dijo:

—¿Te vendrías conmigo a la isla en la que viven los oni? Tengo una misión a y lo mejor podrías ayudarme.

—¡Claro! Iré contigo —respondió agradecido el perro.

Un ratito después, Momotaro y el perro se cruzaron con un mono.

—¿Hacia dónde os dirigís con tanta prisa? ―preguntó el mono, curioso.

—Vamos a Onigashima a vencer a los oni de la isla ¿Te quieres venir con nosotros? Llevamos onigiri y podemos compartirlos contigo —respondió Momotaro.

El mono aceptó encantado y se unió al grupo.

Unas cuantas horas después, aterrizó un faisán en el camino.

—¿Dónde vais, amigos? ―preguntó al ver al variopinto trío.

―A Onigashima, queremos vencer a los oni ―dijo Momotaro.

—¡Me apunto! Os acompañaré y os ayudaré ―dijo el faisán.

Momotaro le dio un onigiri, que se comió con ganas, y los cuatro caminaron juntos.

Cuando llegaron al mar, se dieron cuenta de que no podían llegar hasta la isla porque no tenían como cruzar la distancia que los separaba de ella. Pero no se rindieron.

El perro, experto en construir cosas, se ofreció a fabricar una balsa. Y así lo hizo en poco tiempo, con ramas secas de los árboles.

Subieron los cuatro y remaron con ramas que habían recorrido cerca de la orilla. Una vez en la isla desembarcaron y, después de andar unos pocos pasos, se encontraron con una gran puerta de hierro que no les permitía entrar al reino de los oni. Pero no se desanimaron.

El faisán se ofreció a sobrevolar la puerta y, desde los aires, vio todo lo que tras ellas había.

―He visto a los oni bebiendo jarras de sake, hay con ellos algunos aldeanos encerrados en jaulas.

—Tengo una idea —dijo el mono—, voy a trepar y abriré la puerta desde dentro.

Así lo hizo y, capitaneados por Momotaron, todos irrumpieron en el reino de los oni sin parar de gritar:

—¡Eh, oni, venimos a liberar a los aldeanos! —decían.

Representación del cuento de Momotaro por Utagawa Kuniyoshi

Los oni trataron de defenderse, pero no tuvieron tiempo ya que el perro comenzó a morderles, el faisán a picotearles y el mono a arañarles con las uñas. Mientras, Momotaro los atacaba con su espada aquí y allá.

Momotaro y sus amigos eran un grupo valiente, bien organizado. Además, confiaban los unos en los otros.

—¡Parad, parad! ¡Nos rendimos! ¡Por favor, dejadnos en paz! —suplicaron los oni.

—Dejad tranquila a la gente de mi aldea, ellos no os han hecho nada. Y devolvedles todas las cosas que les habéis robado. ¡Ahora mismo! —gritó Momotaro levantando la espada.

—Sí, sí. ¡Lo que tú digas, lo que tú digas! —penaron los oni, agotados y heridos.

Los tres amigos de Momotaro dejaron de atacar y los oni liberaron a los lugareños.

Entre todos, Momotaro, sus amigos y los vecinos de la aldea liberados, cargaron una carretilla con las pertenencias que los oni habían ido robando a los aldeanos y todos salieron de Onigashima para siempre jamás.

Al llegar al pueblo, Momotaro fue recibido como un héroe, y quiso compartir el éxito con sus tres nuevos amigos, ya que, gracias a ellos, a la confianza y al trabajo en equipo, habían logrado su propósito.

Aquella noche celebraron una fiesta con todos los vecinos en la que comieron muchos onigiri y bailaron a la luz de la luna en la orilla del río.

Y todos en la aldea vivieron felices para siempre.

Azucena Fernández

Redactora en Hotaru

Me gusta leer, escribir, viajar, cantar, las cosas bonitas y Japón. Soy teatrera.
A veces escribo libros y a veces cazo nubes.

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